Ser católico también implica pagar tus impuestos

Ser católico también implica pagar tus impuestos
Photo by Sarah Agnew / Unsplash

Cuando pensamos en ser católicos, muchas veces lo primero que viene a la mente son los sacramentos, la oración o la caridad. Pero la fe también se vive en lo cotidiano, en las responsabilidades civiles y sociales que nos tocan a todos. Una de ellas es el pago de impuestos.

¿Qué tiene que ver la fe con los impuestos?

La Iglesia enseña que la vida cristiana no se reduce a la relación personal con Dios, sino que incluye cómo actuamos en sociedad. San Pablo, en su carta a los Romanos (13, 7), lo dice claramente:

“Paguen a todos lo que deban: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honor, honor.”

Pagar impuestos no es solo una obligación legal, sino también un acto de justicia: contribuyes al bien común y a que los recursos lleguen a servicios que benefician a toda la comunidad.

Una mirada desde la doctrina social de la Iglesia

La Doctrina Social de la Iglesia recuerda que la justicia y la solidaridad son pilares de la vida en sociedad. Contribuir al sostenimiento del Estado, de manera honesta y proporcional, es parte de esa responsabilidad. Evadir impuestos, por el contrario, no solo afecta a la autoridad, sino a los más necesitados, porque se reducen los recursos para escuelas, hospitales, programas sociales e infraestructura.

Vivir la fe en lo cotidiano

Ser católico en el mundo actual implica dar testimonio con nuestras acciones. Pagar impuestos:

  • Es un acto de obediencia a la ley justa.
  • Es un acto de justicia hacia los demás.
  • Es un acto de coherencia: no podemos pedir un país mejor si no aportamos lo que nos corresponde.

Cumplir con tus obligaciones fiscales no es un simple trámite burocrático: es también una manera concreta de vivir tu fe. Así como llevamos nuestras intenciones al altar, también llevamos nuestra responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa.

Porque ser católico no es aislarse del mundo, sino transformarlo con acciones que reflejen el amor y la justicia de Cristo. Y eso empieza, incluso, con algo tan cotidiano como pagar nuestros impuestos.